
Como un resorte herido, salto en todas direcciones buscando alivio, seguridad, placer, consuelo.
Pero ¿y si dejara de huir hacia los espejismos del afuera?
¿Y si, en lugar de perfeccionarme o justificarme, me entregara… me sumergiera suavemente… hasta descubrir la inocente y humana simplicidad de lo que ya soy en este instante?
¿Puedo mirarme en la quietud de lo que acontece ahora, sin máscaras ni expectativas?
¿Puedo mirarme incondicionalmente, sin promesas de salvación ni refugio perpetuo?
Y es así como descubro una mirada y una escucha que no negocian bienestar ni invulnerabilidad, que no aseguran que “todo estará bien, o tal vez un poco mejor”.
No apuntan hacia mañana, no dibujan fórmulas ni caminos de certeza.
Es presencia viva, encarnada aquí y ahora.
Es el retorno a lo sagrado y atemporal que nos sostiene desde siempre.
Es el murmullo de la vida, revelando instante a instante una sabiduría orgánica que nos atraviesa, que se manifiesta a través —y a pesar— de nosotros.
Es, en última instancia, el regreso a casa.
Como escribió Naguib Mahfuz:
«Hogar no es donde naciste, hogar es el lugar donde todos tus intentos de escapar cesan» – Naguib Mahzuf
